Últimamente, está surgiendo
la pregunta de la ética de un sistema que permite que un corredor sancionado
por dopaje pueda estar al frente de una organización de pruebas atléticas y
cada vez con más localidades que lo contratan para que monte dichos eventos.
Creo que los corredores
deberíamos plantearnos qué significa haber sido sancionados por dopaje. Dopaje
se entiende como el uso de sustancias o métodos prohibidos en el deporte y su
finalidad es vencer al/los rival/es mediante dichos métodos con la consecuente
trampa. ¿Se imaginan a alguien que corra en una carrera popular por la calzada,
pero en cada esquina pueda haber alguien más lento que lo supere subiéndose a
la acera y que finalmente lo venza y, se da el caso, se jacte de decir la marca
que ha logrado hacer? Esa trampa se hace evidente, ¿verdad? Pues el dopaje es
lo mismo pero además con gente en que de sus puestos se deba también el acceso
a becas, patrocinadores o beneficios económicos a los que, estos tramposos,
pueden beneficiarse –¿no se denomina a eso robar?-.
La semana pasada, en
Viladecans se organizó una carrera de 5km apoyada directamente por el
consistorio de la localidad, además de amparada también por la misma Federació
Catalana de Atletisme que lo nombró Campeonato Autonómico de 5km en Ruta, y a
la cual fueron de la partida numerosos atletas, algunos internacionales y algún
olímpico.
No quiero ir sólo a lo ético.
Me quiero referir a los principios que nos mueven a participar en todos estos
eventos. ¿Cómo me sentiría yo de participar –y hacer más grande la bola- en una
prueba organizada por un atleta sancionado –y que, por tanto, ha tratado de
robarme becas de forma ilícita? ¿Cómo una Federación otorga la potestad de
organizar una Campeonato –haciendo más grande la bola, repito- de alguien que
se ha demostrado engañando a un sistema? ¿Cómo un Ayuntamiento confía en esta
persona para hacer más grande una prueba a cualquier precio moral? ¿Cómo otros
clubs reconocidos, rodean y potencian la prueba con la participación de sus
atletas –y hacer más grande la bola, vuelvo a incidir?
Desde mi visión personal,
creo que no nos mueven principios y nuestras acciones no tienen ningún
trasfondo moral o ético. Estamos en una sociedad donde todo se mueve por
impulsos y nadie se pregunta nada sobre las repercusiones de sus actos pero hemos
de tener claro que nuestras acciones siempre tienen unas consecuencias (hasta
para escribir este texto).
Mañana, último día del
año, iré a correr por Barcelona, junto a mi esposa, sin dorsal. Sé que lo harán
miles de personas en una carrera organizada por una persona suspendida por
dopaje que trató de engañar a los demás. Nosotros lo haremos con el afán de
hacer deporte, sentirnos bien y disfrutar del último día del año como más nos
gusta: ¡corriendo!
¡Ahhh! Y nos habremos
ahorrado unos euros que podremos darlos a quién más los pueda necesitar. Eso ya
serán nuestros principios.